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PPB

Yo, uno solo

Pablo Pérez Brown tiene 48 años. Más de 12 los echó en cana: de los institutos de menores como la Unidad Nº 1 de Caseros y el Instituto Roca, a la de Mayores Adultos en Dolores, Encausados de Córdoba, INTERPOL Montevideo, U21 de Tribunales, Ezeiza y el Complejo Federal Marcos Paz. La cárcel de Devoto, tan resistida hoy en la Capital Federal, lo encerró los últimos cuatro, hasta su libertad definitiva en el verano de 2012.

 

Pablo no sólo recorrió una multiplicidad de pasillos tumberos, su intensa vida le convidó ritmo criollo y porteño: Barracas, La Boca, San Telmo, Palermo, Almagro, Barrio Norte; y las afueras: Avellaneda, Lanús, Sarandí, Olivos.

 

Cuando recuperó la libertad también pudo recuperar su casa. Allí vivió un tiempo con su hermana y sus tres sobrinos. Nunca tuvo hijos propios, nunca se casó. Empezó a estudiar Derecho en el Centro Universitario de Devoto solidarizándose con otros presos empapelados y decidió continuar en la UBA estando a fuera. Nada le impide ser sostén de ideas y afecto. La limitación es moneda corriente en el hogar, pero el espíritu tenaz y rebelde lo mantiene en pie a pesar de los diagnósticos clínicos: ser portador de HIV y Hepatitis. Ninguno de ellos fue condición para claudicar en sus principios, aún en el peor de los infiernos.

 

Estas fotos un poco tienen que ver con eso. Cuánto de lo que hay acá nos cambia.

               Pertenezco a una generación muy distinta a la suya. La mía se crió en una época donde los grandes relatos van envejeciendo. No hay héroes ni villanos, el binarismo hace aguas y el género se diluye con él. La epistemología se fragmenta y revienta. Hay separaciones por doquier, y tanta frivolidad para elegir, que la intensidad de una certeza termina por deshacerse.

 

                ¿Quién se la juega? Nos da miedo y vértigo a la vez. Algunos se animan y caen en picada. Hay trata, hay gatillo fácil, hay cárceles que desbordan miseria ancha. Hay Cromañón y tren Sarmiento. Hay crímenes de odio por la homofobia. Hay paco. Hay ricos. Hay saqueadores de recursos y mucha sed en el Chaco. Hay numerosísimos hay.

 

                Me pregunto si es sólo cuestión de formas ¿Cómo des-aprendernos de esos signos que construyeron una pared de hormigón durante décadas? Mi generación está llena de muertos. Muertos por la inoperancia, por la desfachatez, por la indiferencia. Muertos por directivas claras con demasiada pasión de grandeza. Mi generación es diferente, sí, pero igual a aquella en la que creció P. En la suya también hubo muertos. Hubo Carrascos y colimbas desechables, hubo olor a podrido con la dictadura y su Punto Final, y su Obediencia Debida. Hubo HIV. Hubo droga, blanca, pura y mucha. Hubo suicidios jóvenes. Hubo Prodan, Urubú, Perlongher. Hubo nefastas alianzas. Y entre esos hubo y entre estos hay, también hubo muchos más atrás ¿Vale nombrarlos? Todo eso es de P. y mío de alguna manera.

 

                Memoria: Hubo. Hay. El fragmento de la locura hecha combustión. Lo que se descarta y lo que se reapropia. Lo que nos queda, pero no inerte, no inmóvil. Queda en las relaciones, entreverada en cada minúsculo gesto. Recuerdo-olvido por capricho para algunos, acción transformadora para otros. Retorciéndonos. Detonándonos.

 

                Cuesta la alegría, sí. Pero cuando aparece, audaz se reafirma en la vida con los otros: desde ellos hacia una, desde una hacia ellos.

Lo conocí hace unos años en el penal de Devoto. Un encuentro imprevisible y afortunado.  Como cada primera vez (aunque había visitado ya otras cárceles) sentí demasiada ansiedad. Entré como entra cualquier visita, con la guardia y las rejas cercenándome.

 

Pabellón Universitario: ahí estaban ellos, celebrando la posibilidad de estudiar aún en el infierno.

 

Se me acercan dos hombres, uno petiso y canoso: M; otro alto y delgadísimo: P.

 

P: - ¿buscás a D.?-

Asiento tímida.

 

P: - Se lo llevaron esta mañana, lo citaron desde el juzgado.Nos pidió que te cuidemos. No te preocupes, vas a estar bien.-

 

Lloré igual.

 

Con dulzura casi paterna me llevaron al aula de Derecho. Había más hombres en torno a una mesita, cordiales cada uno se paró y me saludó con la mano.

 

P: - Ella es la compañera de D.-

 

Silencio. Miradas cómplices. Diez minutos después estábamos tomando mate, haciendo girar las facturas en la ronda.

 

 

Pasó el tiempo, tal vez fueron dos años. Pude conocer a D. y volví a ver a M. Sumé además otros amigos entrañables, como el flaco P., que a estas alturas es un hermano. Lo acompañé como pude, con intermitencias, charlas y prácticas que nos ayudaran a vivir menos ahogados. Él adentro, yo a fuera. Ideas y complicidades sonando de fondo.

 

 

***

 

 

Presos; delincuentes; vagos; desechables. ¿Por qué no rebeldes, revolucionarios? Calificativos por donde transita una identidad construida con lo que una percibe y con lo que la sociedad (o)pone. La vida hecha cuerpo desde esa identidad. Cuerpos entre grietas y fisuras. Lo que se quiere/puede/y no.

 

 

 

Ecuación:

P es igual a D y M

D y M son los otros.

Los otros son iguales a mí.

Yo soy igual a P.

Entonces: P y yo somos unos solo.

 

 

Ese ser una con otro, otro con una devuelve una fórmula incierta:

¿Es mi imagen la de él en el espejo? No.

¿Son mis gestos iguales a los suyos? No.

Y mi experiencia de alegría y dolor ¿es la suya? Tampoco.

Entonces somos solos y bien distintos: eso nos construye en la búsqueda incansable de libertad.

 

 

***

 

 

P está en la calle. A veces nos perdemos hasta volver a hallarnos. Pensamos en las cárceles, en D. y en M., sobre cómo el concepto de aislar, de alienar, tan concreto, puede volverse líquido cabeza adentro. El tire y afloje entre lo que mata y deja sobrevivir.

Estamos en la calle.

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